Despertó en su cama con la preocupación de que le tocaba a él hacer el café. La luz del atardecer se filtraba entre las ranuras de la persiana. Un código de rayas y algún que otro punto, ocasionado por el granizo del invierno pasado, quedaba expuesto en las blancas paredes esperando a ser interpretado. A su lado yacía su mujer sin más ropa que su piel. Desde que eran jovenes estaban acostumbrados a acostarse desnudos después de comer, hasta que caían víctimas de la digestión de la comida y de ese amor tan denso que les había mantenido unidos en la riqueza y en la pobreza de sus cuerpos. Intentó incorporarse, pero notó el peso de la cabeza de su esposa en su hombro, así que se quedó inmóvil. Clavó la mirada en el cuerpo dormido con un gesto de resignación. Los años fogosos se habían diluido entre hernias, arritmias, y pliegues de piel innecesarios. Sus ojos se detuvieron en cada parte de aquel cuerpo que tanto le había excitado. En aquellos pechos dados de sí por el paso de los años, en aquella cintura que ya no podía abarcar con sus manos, en aquella vagina que tantas veces había devorado con tanto placer. Su mujer se dio la vuelta, dejando libre su hombro. Repasaba los pasos mentalmente, llenar de agua la base, rellenar de café el filtro con un pizca de canela en rama y ponerlo en el fuego pequeño mientras permanecía mirándola. Al cabo de un rato pasó su mano por los extendidos senos de su mujer y por su abdomen, intentando rectificar su forma, cómo el que intenta quitar las burbujas de aire de un libro plastificado. El contacto con la carne le estaba excitando. Su respiración no tardó en traducir ese repentino deseo jadeando tímidamente. Acercó su boca desvestida al pecho más próximo y comenzó a hacer leves succiones, restregando su lengua por el pezón mientras que con la otra mano estrangulaba uno de los glúteos. Avanzó su cuerpo sobre el de su mujer deseando poseerla. Su esposa se despertó e intentó quitarselo de encima todavía desorientada. Él la sujetó de las muñecas y volcó su peso sobre el de ella para que no pudiera moverse. La fuerza y la resistencia le hizo excitarse mucho más, tanto que su inerte miembro recobró la vida. Ella gritaba mientras él intentaba atinar a introducirle su pene. De repente la escena se volvió muda, él eyaculó un decrépito semen y cayó desplomado sobre la cama. Su mujer se levantó asustada, se puso su bata, y se encerró en el baño. Pasaron las horas hasta que él por fin se incorporó y se acercó a la cocina a hacer café.
Hace 1 año
1 comentario:
Joder, utlimamente me asustas...
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