15/1/09

Texto

Apoyado en la costumbre de ensuciarme la consciencia, trato de olvidarme de aquella existencia angelical con el sexo bien marcado.
Siguiendo un estricto orden de categorías voy sesgando mi percepción de la vida pasando de katxi en katxi y de tubo en tubo, empezando por una caña y acabando por el mejor ron cubano. Voy dotando de distintos significados a lo que me dicen mis sentidos, o lo que me dijeron. Algunos desafortunados me empujan buscando un sitio donde pedir ese líquido tan preciado en la noche. Por esta vez lo consiento.
Busco en el limitado horizonte que proporciona este recinto lleno de almas despechadas y mandíbulas desencajadas por los golpes de las drogas, alguna guarra con la que demostrar que soy mejor amante triste que feliz. Le pondré tu cara y probablemente acabe dándome su número en un absurdo intento de prolongar algo que ni siquiera empezó con ella. Abandonó la muda compañía de mis compañeros nocturnos y desplazo mi presencia por rincones más alejados y aún no explorados. Encuentro al lado de la barra a una muchacha, de buenas formas, que sostiene una copa como quién sostiene la bandera en el día de la patria, la descarto por su presumible seguridad y no menos importante, su aparente sobriedad. Un grupo de chavales con pintas de querer marcar territorio me impide el paso hacia una solitaria chica que espera a que su amiga vuelva, del baño quizás, dato que aventuro a pronosticar por los dos bolsos que sujeta en sus brazos. Me hago paso a través del grupo con la mirada desafiante del que no tiene nada que perder, pierda la noche por contusiones o pierda directamente la vida. Me acerco a la chica con un sutil – Hola, ¿Qué tal?. No es la mejor introducción, pero nunca he sabido como hacer frente a esas situaciones planeando gilipolleces más absurdas para caer en gracia a las primeras de cambio...

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