Era un pueblo pequeño, perdido entre los campos eternos donde cultivaban medio año el color verde, y la otra mitad el color amarillo. Una mañana de Agosto, Julia fue violada por el borracho del pueblo. Las autoridades no tardaron más de una hora en arrestarle y conducirle a la comisaría de un pueblo cercano. A Francisco le cayeron 9 años de prisión. El elevado grado de alcohol que llevaba en sangre le sirvió de atenuante a pesar de la brutalidad con la que perpetró el crimen. Julia no volvió a hablar, incluso cuando le dijeron que había tenido la mala fortuna de quedarse embarazada no le tembló ni siquiera un labio. La presión del pueblo, sobre todo por parte del párroco, impidió cualquier opción que no fuera concebir al niño. El niño se convirtió en el hijo de todos, y una vez al mes Julia le llevaba a que viera a su padre.
Francisco contaba las horas para volver a ver a su hijo. Nunca había tenido nada, excepto botellas entre los brazos. Era la vergüenza de su familia, sus hermanos, los que se habían ido a estudiar a la ciudad le repudiaban y no tenía más contacto con el exterior que su adorado hijo y Julia, que aunque no le hablase, él no dejaba de pedirle perdón y agradecerle haberle dado un hijo, lo más hermoso que le esperaba fuera. Había incluso dejado la bebida, en un extraño caso de rehabilitación penitenciaria.
Julia rompió su silencio exactamente cuando a Francisco le quedaba un año de condena y su hijo tenía 8 años. En esa visita Julia no dejó ir hasta la ventanilla para que el niño jugase con su padre a través del cristal, sino que le sujetó de los hombros mientras miraba fijamente a Francisco. Julia moviendo los labios lentamente pero de manera muy intensa artículo un "te odio" que aún atormenta en sus noches de excesos etílicos al borracho del pueblo, mientras estrangulaba a su hijo en frente de su padre.
Francisco contaba las horas para volver a ver a su hijo. Nunca había tenido nada, excepto botellas entre los brazos. Era la vergüenza de su familia, sus hermanos, los que se habían ido a estudiar a la ciudad le repudiaban y no tenía más contacto con el exterior que su adorado hijo y Julia, que aunque no le hablase, él no dejaba de pedirle perdón y agradecerle haberle dado un hijo, lo más hermoso que le esperaba fuera. Había incluso dejado la bebida, en un extraño caso de rehabilitación penitenciaria.
Julia rompió su silencio exactamente cuando a Francisco le quedaba un año de condena y su hijo tenía 8 años. En esa visita Julia no dejó ir hasta la ventanilla para que el niño jugase con su padre a través del cristal, sino que le sujetó de los hombros mientras miraba fijamente a Francisco. Julia moviendo los labios lentamente pero de manera muy intensa artículo un "te odio" que aún atormenta en sus noches de excesos etílicos al borracho del pueblo, mientras estrangulaba a su hijo en frente de su padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario