15/1/09

Texto

Sabía que era un hombre cuando me agarró de la mano. Sabía que era un hombre cuando me acompañó al cajero, e incluso sabía que era un hombre cuando subí a su casa. Me metió en su cuarto y me pidió que guardará silencio. La habitación estaba iluminada precariamente por la luz de una bombilla a punto de expirar. Me empezó a besar. Le extendí el billete de 50 euros. Lo cogió ávidamente y lo guardó en un neceser morado algo roído por las esquinas. Me pregunto que quería que hiciese. Le respondí con una pregunta "¿Eres un hombre?". Me dijo que no y empezó a desnudarse a excepción de las bragas. A continuación se tumbó en la cama y me pidió que fuera. Me acerqué sin apartar la vista de sus ojos. Me tumbé sobre él y le volví a preguntar. Obtener un si como respuesta se volvió una obsesión. Empezamos a tocarnos y cada vez que intentaba tocarle el sexo me apartaba la mano y me la colocaba sobre sus orgullosos pechos de plástico. Al cabo de un rato me cansé del dulce y lento magreo y me aparté. Eres un hombre, le dije. Si fuera así te importaría, me contestó. No, pero me gustan las mujeres. Sus ojos se dirigieron al suelo, tristes y pronunció unas palabras cargadas de soledad "¿Si estuviese operado te gustaría?". No lo se, mentí. Me tengo que ir, es tarde, le comenté mientras tanteaba en la oscuridad para encontrar mi ropa. "¿Te gustaría volver a verme?" me dijo al oído mientras me colocaba unos besos a modo de sellos en el cuello. Si claro, dame tu móvil. Los latigazos que debía haber recibido a lo largo de la vida le habían hecho escéptico así que me pidió que le enseñara su número registrado en la agenda del móvil. La decepción se asomó en forma de lágrimas que secó con sus dedos rápidamente para que no se corriera el rimel. A continuación se vistió y me pidió que me marchara. Bajamos juntos a la calle y se dirigió hacia la esquina donde me abordó. Me quedé viendo como se alejaba hasta que desapareció entre la muchedumbre nocturna de aquella calle.

No hay comentarios: