Descalzo

En el sueño caminaba descalzo. Desperté agitado, nervioso, con la sensación del suelo frio en los pies. Iba a llegar tarde así que abandoné el calor templado de las sábanas. Desayuné a toda prisa, me vestí y salí de mi casa con un sorbo de café aún por tragar. En el vestíbulo me encontré con Max, esta vez no pude esquivarlo y me volvió a contar cómo se tiró a 5 tías seguidas, no se lo cree ni él, pero bueno, hay que seguirle la corriente. El ascensor estaba bloqueado, maldita sea, unos enfermeros intentaban meter una camilla. A la vieja de enfrente se le había salido una cadera, si es que se lo merece por seguir probando posturas raras a esos años, no hay noche que no se oigan gemidos en su casa y no se qué del planeta pene. Bajé por las escaleras dando pequeños saltos, que tuve que interrumpir cuando se cruzó la vecina maciza del sexto y cómo no, le seguía el muchacho del quinto con una exagerada erección que intentaba ocultar con una novela en cuya portada aparecía un barco del siglo XVIII. La vecina del segundo estaba apostada en el umbral de su puerta intentando averiguar a que se debían los ruidos. Desde el interior se oía una joven voz masculina diciendo algo con lo que no estaría de acuerdo el mismísimo Lacan "tócame, tócame". Llevaba una camisa de hombre empapada y se le intuían los pezones a través de la tela. Para ser una mujer madura la verdad es que tenía un apretón. Cuando llegué al portal me sobresalté al ver que el nuevo presidente de la comunidad había mandado colocar al portero nada menos que unos treinta y cinco tapices con florituras doradas en las paredes. Ahí estaba el pobre Colladero haciendo equilibrios sobre una escalera para colgarlos. Pobre hombre, siempre tan servicial. Me acerqué a la parada de autobus. En el banco había una pareja de adolescentes visiblemente colorados. Ella llevaba un jersey bastante ancho con el que resguardaba de la lluvia un tablero de parchís. Él sin embargo llevaba uno ajustado. Está claro que las modas cambian pero se sigue jugando a los mismos juegos de toda la vida. El autobus llegó por fín y consiguió frenar antes de quebrantar los huesos del cádaver de una paloma que por su postura podría haberse tratado perfectamente del cuerpo de un niño. No quedaba ni un sitio libre así que me agarré de a la barra del pasillo con la inevitable sensación de molestar todo el rato. A mi lado un anciano no dejaba de pedirle perdón a su señora aunque no me pude enterar del motivo exacto y un señor no paraba de hablar solo. "El principio es una chusta, es una chusta" repetía. En sus manos observé un guión sobre una tal Telva, pero en cuanto me vio lo ocultó con recelo. Cuando por fin llegué, la reunión no había empezado si quiera, se me había olvidado retrasar el reloj. Así que me descalcé y esperé en silencio a que el resto llegara.

Ejercicio para el taller de literatura en el que se forma un relato con todos los relatos que ha aportado la gente hasta el momento.