«¿Y ahora?», se preguntó Gregorio, y miró a su alrededor en la oscuridad.
Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno.
–Pues bien; la verdad es, querido Augusto -le dije con la más dulce de mis voces-, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes... –¿Cómo que no existo? exclamó.
2 comentarios:
Entraré, ahora no puedo:)
Y sigo manteniendo lo de ayer:
la fe termina donde empieza el orgullo...
http://blogs.elcorreodigital.com/magonia/2009/2/12/-la-evolucion-hace-dios-innecesario-explicar-mundo-
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