28/11/08

Un principio para un texto inacabado

Doy por supuesto que el viejo señor Franklin jamás pensó la desgracia que causaría su idea en la familia Doyle. Arthur Doyle era un próspero hombre de negocios, que se hizo con una gran fortuna a lo largo de su vida. Era famosa su falta de piedad y su afán por no compartir nada de sus riquezas. Cuando intuyó la muerte a sus cincuenta y seis años decidió tener un único heredero al que dejarle sus riquezas antes de verlas repartidas entre las manos sucias de sus sirvientes. Supongo que sería cosa de Dios que aquella prostituta a la que recurrió, le diera dos vástagos el último domingo de octubre. El primero nació a las tres menos cinco. Su hermano le siguió diez minutos más tarde. Cuando la comadrona del hospicio le comunicó la noticia, Doyle estalló de furia y tomó dos decisiones que marcarían el odio innato que se profesaban los dos hermanos. Declaró proscrito al menor y heredero único al mayor de ellos, que curiosamente fue el segundo en nacer.

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