Le quitó una legaña que no tenía con un simple e improvisado gesto de su atrevida mano. Ella inquieta por si alguna imperfección hubiera roto el mágico momento le pregunto ruborizada que qué era lo que tenía. Al alzar la vista se encontró con dos ojos que por la exactitud exacta de su posición habría podido ser su reflejo, pero sin embargo seguían siendo los ojos redondos que amaba. Nada, contestó él sin apartar la vista de esos mismos ojos que tampoco eran su reflejo pero que casi consideraba suyos. La legaña inexistente fue lanzada al aire y se reecontró con su no existencia al no tocar el suelo. Ella volvió a recostar su cabeza sobre el hombro de él. Madrid se aproximaba lentamente y con ello el final de esta complicidad prohibida pero a ojos de los demás pasajeros completamente lícita una vez más. El tren se detuvo por fin y los nerviosos pasajeros ya se habían apresurado a bloquear la salida con sus maletas. Esos instantes previos a la despedida le perseguirían a él toda la vida, pero en ese momento dijo exactamente lo contrario de lo que quería decir. Ella levanto la cabeza, se colocó el pelo revuelto y aceptó la sugerencia de salir del tren. La despedida fue el final. Un abrazo eterno que duró un minuto escaso. Ella bajó primero y anduvo tres metros cuando fue capturada por un nuevo abrazo con los brazos de otra persona. Él, a tres metros, con la impronta del cuerpo de ella aún sobre su pecho cerró los ojos con fuerza hasta que un empleado de la estación le obligo a abandonar el andén.
Hace 1 año
2 comentarios:
Que puto es el amor, coño. Y que bien lo transmites canalla
jajajaja thanks!
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