De las muchas amantes que mi imaginación cultivó en aquellos años de juventud sólo una abandonó aquella prisión mental para presentarse en mi casa. Cuando llamó al timbre dudé si dejarla entrar o permanecer callado esperando a que se fuese. Un acto tan cobarde a pesar de lo que habría dicho la gente que me conoce habría sido esperable, pero intuyo que por llevarme la contraria abrí la puerta. Tenía el pelo rojo, la piel pálida y tiritaba. Tan delgada que con el primer abrazo la oculté de cualquiera que pudiera envidiarme. Es curioso que mi imaginación esbozase unos rasgos tan definidos para desahogar las penas. La necesidad encuentra el camino, siempre encuentra el camino. Supongo que por eso dejamos de vernos como ente real e imaginario. Se había pasado la vida intentando ser real para todo el mundo. Escapó de la imaginación de sus padres que le habían configurado una vida estrictamente ordenada. Estudiar y trabajar. Casarse y tener hijos. El tiempo nos dio confianza para enseñarnos nuestras miserias, nuestros miedos. Supongo que cuando descubrió que yo no era menos mediocre que el resto huyó de nuevo.
Hace 1 año
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