«¿Y ahora?», se preguntó Gregorio, y miró a su alrededor en la oscuridad.
Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno.
–Pues bien; la verdad es, querido Augusto -le dije con la más dulce de mis voces-, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes... –¿Cómo que no existo? exclamó.
5 comentarios:
oh-dios-míooooo... sin palabras me has dejado...
es un comienzo... eso si, me he reido mucho!!!!
un beso!
maría
Cada dia estas mas loco samsa...
Eso si, te habrás quedado como Dios. Ese bailoteo no tiene precio... jejejeje
Que calambur o juego de palabras!!
Es genial. Delirante. Me ha encantado.
Muchas gracias!!!!
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