15/1/10

Lluvia 1. Texto

Hubo un tiempo en que no sabíamos cuando iba a llover, podía ser cualquier día en cualquier mes, pero desde el accidente solo llueven treinta días exactos desde mediados de enero. Al principio se intentó llevar con normalidad, los colegios y los comercios se abrían cumpliendo sus horarios y la gente seguía yendo a trabajar como en cualquier otro mes del año. Poco a poco la gente fue refugiándose en sus casas en la época de lluvias y salvo los organismos públicos el resto quedaba paralizado. Al final el Gobierno decretó que todo permanecería cerrado.

Los días previos a la lluvia suelen ser bastante caóticos, los supermercados se llenan de gente desesperada que intenta llenar carros y carros de comida. Las peleas en las colas se suceden y más de una vez tienes que jugarte el cuello por separar a dos señoras dispuestas a arrancarse la piel con sus uñas de plástico. Aunque las más temibles son las de los viejos, especialmente cuando tienen entre sesenta y setenta años, con esa edad son capaces de abrirte la cabeza con una lata de fabada de cuatro raciones sin pestañear.

La lluvia arrasa con todo. No es que sea ácida ni que esté contaminada, es tan solo agua, agua que cae con una fuerza que parece una cascada. El cielo permanece gris, no hay vida en las calles, y la gente aprovecha para sacar a los animales que llevan dentro. Los estadistas del gobierno dan todos los años al finalizar la época de lluvias el parte de crímenes cometidos y es cada año más desolador.

Entre bip y bip de la caja suelo mirar a los clientes a los ojos y me pregunto si matará a su marido por haber dejado la compra para el último momento y tener que comer tallarines y pizza congelada el resto del mes. Me fijo especialmente en aquellos que ojean el folleto que advierte de los síntomas que presenta un potencial asesino como si supiesen que comparten sábanas y papel higiénico con uno.

Afortunadamente vivo solo así que sólo tengo que preocuparme de cerrar bien la puerta de mi piso y acordarme de ir descongelando la comida del día siguiente. Una vida sencilla. Las horas las paso viendo películas y jugando a la play, a veces con un buen libro o haciendo algo de ejercicio. El gobierno recomienda no quedarse mirando a la lluvia, dicen que es lo peor que puede hacer uno, pero tras unos días de encierro siempre sientes el impulso de desafiar el consejo y te asomas a la ventana.

Te puedes tirar horas ahí, con un poco de suerte alguien nuevo se asoma a su ventana y el movimiento te distrae lo suficiente como para volver en ti. Esta vez no fue eso, sino un grito.

El grito debía haber venido de algún lugar de mi planta. Me acerqué a la mirilla y pude ver el cuerpo ensangrentado de mi vecina. Tenía la cara dividida en dos, con cierta asimetría. Si en la primera semana alguien mata a otra persona tienes dos problemas, el olor del cuerpo putrefacto y lo más preocupante, que coño hará el asesino el resto del mes.

Hay varios tipos de asesinos. Está el que comete el crimen espontáneamente, por desesperación, como un impulso irracional que una vez que pasa lo más probable es que la culpabilidad le lleve al suicidio. También está el que lleva todo el año planeando aprovechar este mes para cometer el crimen por las circunstancias psicológicas a las que supuestamente está sometido por la lluvia y que le servirán de atenuante en un juicio. En estos dos tipos el asesino suele cometer su crimen a mediados o finales de mes.

Así que me preocupa que este cabrón, que ha matado no llevando ni una semana de lluvia sea el tipo de asesino psicópata que se carga a todos los vecinos de un edificio. Lo primero que tenía que hacer era localizar su posición, así que me quedé inmóvil esperando a que algo me dijese donde se encontraba. Tras un rato en silencio, decidí abandonar mi puesto de vigilancia y apagar las luces de la casa y coger algún tipo de arma para defenderme por si acaso. Pensé en un cuchillo pero eso querría decir que tendría que estar muy cerca para poder usarlo y prefería un arma que me permitiera mantener a cierta distancia al asesino, así que descolgué la barra del armario y me acerqué de nuevo a la puerta.

La señora seguía ahí tendida. Una de las partes de su cara se había desprendido sobre la moqueta. El asesino debía haber usado un hacha por la violencia del corte. Apenas se distinguía una pisada de sangre que se alejaba del cuerpo. Parecía una pisada de bota por la forma de la suela.

Tras unas horas tuve la sensación de que el ascensor estaba moviéndose, pero no sabía si subía o bajaba así que me quedé esperando. Solo necesitaba oír un grito para hacerme una idea de donde estaba el cabrón. Es algo escalofriante desear saber que están matando a otra persona para tener algo de información pero la moral no se debe cuestionar en momentos como este.

Hay formas de despertarse, la más agradable que conozco es cuando duermes con una chica de aliento fresco y decide empezar a meterte mano bajo el pijama mientras te dice suavemente guarradas al oído. También hay despertares desagradables como cuando la radio del despertador se desintoniza o te despiertas sobresaltado un domingo con la sensación de que es un lunes y te has quedado dormido. Pero desde hoy en mi ranking de despertares horribles se sitúa en el número uno despertarse viendo como alguien intenta entrar en tu casa. El muy hijo de puta se había hecho con el juego de llaves que tenía el portero. Por suerte tenía la llave puesta y no podía entrar, pero por otro lado ahora sabía que había alguien dentro. Me incorporé con cierto pánico tratando de no hacer ruido, contemplando el desenlace como un espectador, solo esperaba que el bastardo cesara en su intento. Cuando se dio cuenta de que yo estaba al otro lado de la puerta, decidió comenzar un juego psicológico. Golpeaba la puerta levemente dos veces con cierta musicalidad, Toc, Toc, y a continuación lanzaba un hachazo.

La puerta no aguantó el ritmo y al tercer hachazo se quebró lo suficiente como para que pudiera meter la mano y girar la llave para entrar.

Para entonces yo ya estaba al otro extremo de la casa sujetando mi barra de metal y lamentando no haber cogido un cuchillo. Temblar no he temblado tanto en mi vida, apenas podía respirar sin marearme. Estaba inmóvil, incapaz de hablar, de suplicar por mi vida, de preguntarle por qué cojones hacía eso, la respuesta era obvia.

2 comentarios:

Mónica dijo...

El ente del Gobierno, en plena lectura de 1984 como me encuentro, me resulta casi aterrador como una unidad frente a un enemigo común... La lluvia. La genialidad de la sencillez y la impotencia... Me encanta :)

Guakamayo Tibio dijo...

La polla tio. Me ha encantado. Y aunq no sea para nada relevante me quedo con el gusanillo de saber como acaba ;)