17/12/09

Texto

Supongo que perdió el miedo a morir cuando supo que ella se estaba muriendo. De un dia para otro dejó de hablar. Inesperada y cruel decisión de ese Dios al que ella había rezado tanto. Incluso sus ojos se quedaron mudos, incapaces de establecer alguna comunicación. El señor Alfredo se encontraba completamente perdido pero hacía grandes esfuerzos cuando llegaban sus hijos de visita. Se sentaba en un sillón al otro lado del salón contemplando como la daban de comer, la peinaban o incluso la hablaban con un tono agudo como si su madre tuviese tres años y medio. Imitando a la figura de padre sólida que siempre les transmitió se mostraba duro e impasible. Solo su mujer le conoció realmente. Los años más felices de su vida transcurrieron antes de tener a sus hijos. Cuando eran jovenes y podían vivir refugiados uno dentro del otro, cuando todo lo necesario para vivir era un bocado de pan, un trago de agua y el amor sudoroso de su esposa, y cuando sus hijos se fueron al fin. Años muy tranquilos, de paseos cortos, de televisión, de lectura levantando la vista de vez en cuando para saber que seguían ahí, de besos en el cuello e intimidad, mucha intimidad. - Dejadla en paz - , mascullaba entre dientes esperando el momento de que se fuesen para volver a colocar su sillón a la vera de su esposa. No había intentado dirigirle la palabra desde que se quedó muda, no quería hacerla sentir mal por si ella era capaz de entenderle y no poder darle respuesta. Quería que ella supiera que daba igual si no hablaban, que seguían estando juntos. Lo que más le preocupaba eran sus ojos, ya no le miraban con amor, sino desorientados, incapaces de reconocerlo, de saber ni siquiera donde se encontraba. Así se pierde el amor, perdiendo la memoria, pensaba mientras agarraba su mano y se aguantaba las lágrimas por si ella podía notarlo. Supongo que dejo de tener miedo a la muerte cuando se dio cuenta que su mujer ya no era capaz de amarle.

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