14/9/09

Texto

Ahora que miro fijamente a los ojos inexpresivos de mi padre, rodeado de gente de uniforme inspeccionando toda la casa, me pregunto si mi vida hubiera sido diferente si me hubiese escapado de casa cuando tuve la oportunidad. Mi padre, aún me siento extraño al pronunciar esas palabras sin acompañarlas de un apropiado puto, mi puto padre, ese jodido cabrón que solo estaba atento cuando hacía algo mal, incluso muerto iba a hacer que pagara por mis pecados. Al quedarse viudo podría haber caido en la bebida como tantos otros, o dejarme en casa de mi tia y desaparecer, pero no, cayó en una especie de frenesí místico que hizo que el cura del barrio pareciese un vulgar ateo. Después del colegio, tras hacer las tareas por este estricto orden, lenguaje, matemáticas, sociales y ciencias naturales, me obligaba a leer la biblia en alto durante al menos dos horas. Pensaba que la biblia podría contrarrestar los efectos negativos del libro de ciencias naturales y todas las mentiras del mundo moderno. Cada vez que hacía algo mal, mi padre me señalaba como si pudiese introducir su dedo índice en mi cabeza y a continuación lo ponía en alto y lo hacía oscilar de izquierda a derecha mientras me decía con el mismo tono de la justica divina, "ESO NO". Normalmente eso pasaba dos veces más si seguía haciendolo, y la tercera venía acompañada de un bofetón. Aprendí rápido como un perro con electrodos y solo necesitaba ver ese dedo moverse para saber que tenía que interrumpir inmediatamente esa actividad. No podía jugar, no podía ir a casa de mis amigos, no podía hablar por teléfono, no podía llegar tarde, no podía correr y menos llegar a casa con heridas si me había caido. Crecí viendo ese dedo alzándose y agitándose en el aire, ese dedo que cada año era más mohoso, más viejo y arrugado, ese dedo que fue perdiendo fuerza y altura con el paso del tiempo, ese dedo que yo deseaba arrancar y meterselo por el culo. La peor época fue cuando mi puto padre atisbó que mis inquietudes sexuales florecían. No dejaba de mirarme, vigilando mis genitales, al menor signo de erección se levantaba con fuerza y movía el dedo. Cuando iba al baño y le perdía de vista tenía que orinar con fuerza sobre el agua acumulada en el váter, de manera que supiera que no me la estaba meneando. Supongo que eso provocó que no pensase en otra cosa que en follar y machacarmela veinticuatro horas al día. En plena adolescencia me dí cuenta que tenía que empezar a ingeniarmelas para intentar llevar una vida normal, así que empecé a verter agua en el inodoro mientras me masturbaba como un loco. Tanta visita al baño a orinar hizo que mi puto padre se volviese suspicaz y me llevase a un urólogo. Con eso consiguió dos cosas, la primera es que el doctor le dijo que estaba perfectamente y la segunda, que supongo que ni se lo imaginaba, me hizo descubrir la agradable sensación de mostrar mis genitales a otra persona. Mi puto padre comenzó a portarse como un agente de la SÄPO y revisaba el baño cada vez que salía, incluso me pidió que no tirase de la cadena, lo que supuso el fin de mis consuelos. Recuerdo el día en que casí me escapo de casa, justo porque coincidió con la isquemia cerebral que le dio al cabrón de mi padre. El muy bastardo descubrió al tender la ropa que mis calzoncillos tenían manchas de semen, pequeños cercos que la mierda del detergente barato no había conseguido desincrustar del tejido. Cuando llegué del instituto me recibió agitándo el dedo señalando mi ropa interior y me lanzó un bofetón cuando le dije que eran poluciones nocturnas, que yo no tenía nada que ver, que lo había leido en el libro de biología. Fue en ese momento cuando la suma de todos esos factores hizo que no le llegase el riego y cayó desplomado al suelo. Quizás lo sencillo hubiera sido dejarle morir pero llamé a una ambulancia. Al cabo de un mes estaba en casa, postrado en un sillón, sin poder moverse, sin poder hablar, sin poder mover ese maldito dedo pero con los ojos abiertos. No tardé en pasearme desnudo por la casa, en traer a putas, a follar en su cara, con mujeres, con hombres, con el cocker de un vecino que me lo dejó en semana santa, a darle de comer incluso de mi semen. El acto mecánico de su mandíbula facilitaba las cosas. Masticaba cualquier cosa que le pusieras en la boca. Al año estaba muerto, y si ya era caro pagar para que follasen delante de un puto viejo inmóvil, no os imaginais lo cara que es una puta si quieres que folle delante de un puto viejo muerto. Con el tiempo el olor era nauseabundo, y los vecinos, que no me extraña, llamaron a la policía, y ahora están todos dando vueltas por mi casa preguntándome que cojones he hecho con el dedo que le falta al cabrón de mi padre.

4 comentarios:

Cosechadel66.es dijo...

Estupendo texto. Además me recuerda mucho al Viejo Cabrón que yo tenía por padre, aunque no merecia ni la energía de quitarle un dedo.

Carpe Diem

Samsa dijo...

Vaya, lo lamento y agradezco tu crítica del texto, mucha suerte y gracias por comentar los posts ;)

Guakamayo Tibio dijo...

Joder samsa, te superas cada dia. Me ha encantado. un 10 tio ;)

Guakamayo Tibio dijo...

Joder samsa, te superas cada dia. Me ha encantado. un 10 tio ;)