10/3/12

Metal

El miedo nos hace humanos. Matar por tanto a un hombre con miedo debería ser considerado como un doble crimen y ser juzgado en consecuencia. Lástima que no creo que vayan a juzgar a ninguno de estos cabrones por las barbaridades que están haciendo. Por los ruidos estoy seguro que están comprobando uno por uno a todos los fusilados y pasándoles por el cuchillo. De vez en cuando alguno grita de dolor y entonces se oyen rápidas incisiones hasta que cesan los gritos. Si los hombres merecemos una muerte digna y rápida sin dolor, estos cabrones están cometiendo más de un doble crimen me temo. A estas alturas de la guerra y con todas las fronteras cerradas por los países aliados ahorrar en munición es la obsesión de los generales. Ya están más cerca. Si consigo que no se note la respiración y aguantar la primera cuchillada igual sobrevivo. Me acuerdo cuando jugaba a hacerme el dormido. Mi padre me cogía en brazos y me llevaba a la cama. Recuerdo aquellos brazos gigantes, fuertes y severos que me trasladaban como si yo fuese una pluma hasta mi cama. Oigo como cavan a unos diez metros de aqui. Se quejan de lo seca que está la tierra. Ya queda menos. Puedo controlar el grito, lo que no creo que pueda es el gesto, tengo que aprovechar que estoy de espaldas y clavar la frente en la tierra. Ya está ahí. Cojo aire, me muerdo la lengua y... Dios, que dolor...la botas se alejan, el dolor es horrible, creo que me ha debido atravesar un pulmón...no se cómo voy a salir de esta, tengo las manos atadas a la espalda y si con suerte se fuesen no podría yo creo que ni incorporarme. Me he debido desmayar, la luz ya se ha ido prácticamente. Oigo como arrastran los cuerpos. Estoy perdido. Me encuentro débil, la sangre me ha empapado toda la ropa y noto como los insectos inspeccionan la herida. Ya están aqui otra vez. Esta vez son dos los que me agarran por los tobillos y empiezan a arrastrarme. ¿Donde me llevan?. La tierra me está quemando la cara y las pidrecitas me hacen cortes. Ya hemos llegado. Creo que estoy en el borde de algo. Noto que me empujan...y caigo. Estoy bocabajo de nuevo, sobre un montón de mis compañeros. El dolor es terrible. He vomitado un poco de sangre. Oigo como cogen de nuevo las palas y comienzan a enterrarnos. ¿Debería gritar y que se acabe todo?. Tengo que conservar la calma, ya ha pasado lo peor. Tengo que intentar poner la cabeza debajo de algún cuerpo para formar una cámara de aire. Pero no puedo moverme. Tengo un pulmón encharcado y cada vez me encuentro más débil.

Borradores que no serán más que eso

Pisaba la hojarasca con sus enormes botas de goma. Le encantaba ese sonido crujiente tanto en las tostadas como en las cucarachas negras que atrapaba bajo sus pies descalzos de madrugada. Escondía detrás de aquellos vestidos de catálogo encargados por su madre a una salvaje como bien decían en las sobremesas familiares. Entre preguntas de cómo podía llevar el pelo así y que iba a hacer con su vida solía dejar escapar un eructo para que la desterrasen a su cuarto. Pero ese día era libre y caminaba por el parque pisando las hojas con fuerza.

Abrió el cubo de la basura con ímpetu y al arrojar las migas que se habían desprendido del pan al cortar las dos rebanadas del desayuno entrevió los dos preservativos que había tirado la noche anterior. Uno anudado y lleno, el otro arrugado y vacío.


 Llevaba ya unos minutos en silencio cuando decidió empezar a escarbar más allá de los huesos de su paciente.
- Entonces, ¿me vas a contar que te pasa de una vez?.
El chico no debía tener más de 27 años, pero miraba continuamente al suelo, como si al inclinar la cabeza pudiese eliminar sus problemas con ayuda de la gravedad.
- Supongo.
- Suponer no es una respuesta correcta, digas lo que digas que sea un si o un no, el tiempo pasa, y después tengo otro paciente.
La primera sesión siempre era la más fácil en general, los pacientes estaban ansiosos por empezar a contar todas las cosas que les perturbaban la existencia, saltaban de un tema a otro dejando tantas pistas de infelicidad que solo tenía que estar atento para recoger en su cuaderno todo el contenido que pudiera. En ocasiones la letra resultaba ser tan inteligible al final de la sesión que tenía que releer una y otra vez hasta conseguir

Una noche llegué a casa y era un hogar. Me resultó raro porque al salir y cerrar con llave no tenía esposa ni retoño malhablado corriendo por el pasillo en el interior. Ladrones pensé, pero la mujer estaba buena así que le seguí la corriente.

Días de tormentas sin truenos ni relámpagos. LLuvia estéril y seca que apenas alimenta las cien gargantas de los que estamos abriendo la boca al cielo. Han pasado tres días y seguimos encerrados. Nos capturaron de madrugada entre silbidos en do menor y ráfagas de luces que atravesaban la carne como si pusieran mantequilla en un microondas a plena potencia. Pocos son los valientes que se atreven a pronunciar la prímera sílaba de cualquier palabra. A los que hablan se los llevan.



Jamás había roto un cigarrillo al quitarle la ceniza del extremo. Está vez la presión ejercida por su dedo índice se descontroló y al segundo golpe quebró el pitillo sin llegar a romperlo. Apenas una fina capa de papel mantenía unidas la dos partes claramente visibles. Se quedó mirandolo un buen tiempo. Estaba nervioso. Su mano derecha temblaba. Sentía que tenía el pecho hundido en un lago helado y le costaba respirar con un ritmo tranquilo. Me cago en todo masculló y se quito el sombrero para poder pasarse la manga de la chaqueta por la frente. Daba la impresión de estar incómodo en su traje, como si le viniese grande a pesar de ser de su talla. En el cursillo le dijeron que debía estar tranquilo y siempre ir elegante, pero él sabía que rompía las dos normas básicas.


Y ahí estaba ella por fin, desnuda en su piel cálida y serpenteante. Les separaban tres pasos o quizás dos. La oscuridad impedía calcular bien las distancias.


La resaka no me dejaba dormir así que me levanté intentando recordar como había llegado a casa. En el pasillo me cruce un hombre de cejas pobladas y bigote tan fino como una pestaña, y eso viviendo solo me extraño un poco, pero aún así continué en dirección al baño para soltar lastre. Sentado en la taza como un trozo de galleta esperando a que lo sorban reparé en el extraño señor que me había cruzado. Al salir del baño le encontré viendo la tele así que le pregunté quién era. Él me respondió que era su programa favorito que no le molestase en un tono poco conciliador, así que me achanté y me fui a la cocina a prepararme un buen café torrefacto. El aroma del café es algo que me encanta, al igual que al señor borde del bigote fino que en cuanto olió a café recien hecho me pidió uno. Desayuné en la cocina con cierta prisa, y

Se olió los dedos. Aún apestaban a ajo. Odiaba tanto hacer de pinche para su madre como que le encomendaran las tareas más ridículas. Abrir los tarros herméticos, pelar los ajos y machacar con el mortero el perejil, la sal y más ajos. Encontraba cierto placer en la tareas en las que necesitaba cierta destreza con el cuchillo y que le estaban prohibidas. No sabía si era precisamente porque no le dejaban desempeñarlas o por su relación estrecha con ese filo plateado que le cegaba. Cuando su madre le llevaba al viejo supermercado de su barrio se quedaba fascinado viendo como el viejo carnicero con pelos erizados en las orejas y delantal verde a rayas rebanaba la carne como si fuera mantequilla. El cuchillo entraba y salía limpio cortando huesos, tendones y carne magra sin ninguna oposición. Y ese olor a sangre coagulada con esos troncos de terneras y cerdos colgados exhibiendo su falta de vida le hacían sentir un agradable hormigueo.
















Seguir las huellas de tus pies por la arena esperando al viento que me pierda
a los labios que me arranquen la piel de la boca y me abracen las entrañas
a la mujer que despierte este cuerpo donde me refugio inerte
corriendo en soledad por la autopista con el billete de vuelta

9/3/12

Crab

Bla bla bla y bum, portazo. Lo de siempre. Klark soltó un resoplido que desplazó algunos enseres de la cocina lo suficiente como para que pudiese oír al otro lado de la puerta del bañó con su super oído las quejas de Lois "Lo de siempre coño, a ver si tiene un poco de cuidado, solo le pido eso, un poco de ...". Cui-da-di-to masculló Klark desde la cocina resignado a no poder manifestar la rabia que tenía dentro. En otro tiempo se habría ido volando de casa, a dar mi vueltas a la Tierra para enmendar el error que había provocado la discusión pero un buen día recibió una denuncia formal del gremio de reposteros y amas de casas ya que con tanto ir y venir en el tiempo los bizcochos no acababan de subir nunca. 

Los domingos eran el peor día de la semana, siempre discutían, tanta tensión acumulada de la semana, tantos supervillanos, tantos reportajes, tanto tiempo sin verse, la casa manga por hombro, y los comentarios de siempre de Lois, que si me haces daño con tu super fuerza, que no es que seas super cariñoso es que eres mega plasta,  que si por qué no te encargas tú de limpiar, barrer, planchar, cocinar, fregar etc etc con tu super velocidad, que por qué lo haces todo tan super rápido y tan super mal y el consiguiente ¿Es que tengo que hacerlo yo? ¿De verdad tengo que hacerlo yo? que por qué no te bajas al super y compras pañales y esto y lo otro, que si no quiere ir a comer a casa de la super abuela que habéis quedado con sus padres, que si te crees muy super en todo... 

"Canta" oyó decir a Lois al otro lado del baño, así que Klark para no oír las evacuaciones intestinales de su mujer empezó a entonar una de sus canciones favoritas, Everybody Hurts. Ya solo le quedaba tender antes de la segunda estrofa cuando se quedó pensativo mirando unas braguitas de Lois. Aquellas braguitas hacía mucho tiempo que no las veía, estaban bastante viejas, con la goma floja, algún que otro pequeño agujero en la tela y con el interior lleno de pelotillas. Era las que se ponía en sus primeras citas, cuando todo eran besos eternos y sexo apasionado. Y ahora era las que se ponía para correr muy de vez en cuando. Su relación había sufrido el mismo desgaste que esas bragas, la pregunta era por qué no las tiraba, por qué no le dejaba si ya habían perdido la pasión y parecía que le molestaba en todo lo que hacía. Klark se llevo esas bragas a la nariz e inspiró, con su super olfato reconoció desde el olor de la entrepierna hasta el de la campanilla de Lois y todos los sentimientos de aquellas primeras citas volvieron a recorrer sus venas, sentía como si un alud de amor y optimismo le inundase hasta que oyó decir a Lois "¿Pero que coño estás haciendo? ¿Has acabado ya de hacerlo todo?". 

Biciclo

- Mientes.
- Yo nunca miento.
-¿Entonces es una broma?
- Si
- Odio tus bromas
- Ya lo sé, últimamente no hay nada que no odies.
- No es exactamente odio ya me conoces, me desagrada tu manera de tomártelo todo a la ligera.
- Sabes que no es así, solo intento que tenga menos trascendencia.
- Pero para mi es algo serio.
- Lo sé, lo sé, pero no puedo evitarlo, antes sonreías con mis tonterías.
- Y antes eran más graciosas.
- A tí te lo parecían debe ser.
- ¿Me estas echando la culpa?.
- No, no, son cosas que pasan...
- ¿Que quieres decir?
- Pues que llevamos mucho tiempo y al final...
-¿Que final?
- ¿Por qué me preguntas por un final?
- Si tu los has mencionado.
- Mucho interés por la palabra final de repente.
-¿Quieres que acabemos?
-¿Lo quieres tú?
-¿Me puedes responder?
- Respóndeme tú.
- ¿A qué?
- A eso, lo del final.
- Si, este es el final
- Mientes.
- Yo nunca miento.
-¿Entonces es una broma?
- Si
- Odio tus bromas
- Ya lo sé, últimamente no hay nada que no odies.
- No es exactamente odio ya me conoces, me desagrada tu manera de tomártelo todo a la ligera.
- Sabes que no es así, solo intento que tenga menos trascendencia.
- Pero para mi es algo serio.
- Lo sé, lo sé, pero no puedo evitarlo, antes sonreías con mis tonterías.
- Y antes eran más graciosas.
- A tí te lo parecían debe ser.
- ¿Me estas echando la culpa?.
- No, no, son cosas que pasan...
- ¿Que quieres decir?
- Pues que llevamos mucho tiempo y al final...
-¿Que final?
- ¿Por qué me preguntas por un final?
- Si tu los has mencionado.
- Mucho interés por la palabra final de repente.
-¿Quieres que acabemos?
-¿Lo quieres tú?
-¿Me puedes responder?
- Respóndeme tú.
- ¿A qué?
- A eso, lo del final.
- Si, este es el final