25/10/11

Texto Hall

Lo sabré cuando la vea. Con ese pensamiento se levantó de su silla de despacho dándose un pequeño impulso, de tal manera que la silla desgastó un poquito más la pared contra la que chocaba constantemente. Se subió al ascensor que casualmente bajaba. A su lado una secretaria de recepción le puso brevemente cachondo. Un amago de erección a partir del sexto piso provocada por la imagen de ella levantándose aquella mini falda y poniéndole su jugoso culo a su entera disposición. Al llegar al bajo se rompió la escena y salió andando tranquilamente. Lo sabré cuando la vea se repetía. Normalmente se masturbaba a conciencia antes de una cita como la que iba a tener, donde si no hablaba mucho y se limitaba a escuchar tenía muchas posibilidades de acabar follando. Llegó al cine, no había mucha gente, pero decidió esperar antes de comprar las entradas. Al poco tiempo se le acercó una mujer. Los rasgos de su cara no eran del todo feos, a excepción de la nariz, que resplandecía en tonos rojos por sonarse con pañuelos baratos. - No me encuentro muy bien, pero si quieres nos tomamos algo en mi casa en vez de ir al cine. Lo que venía a decir para él:  hoy me follas, respondiendo a la inquietud que le había acompañado todo el día. El cuerpo no era precisamente de capricho. Caderas anchas, pechos pequeños y una oreja élfica remataba un cráneo singularmente desproporcionado con la anchura de su espalda. Al menos tenía conversación y de vez en cuando le clavaba la mirada en el paquete. Al llegar a su casa la cogió por la cintura por detrás besándola el cuello mientas con la mano derecha le acariciaba un pecho sobre la ropa. A los pocos segundos ella se logró dar la vuelta y se besaron en la boca. La saliva y la mucosidad de su resfriado se unieron en sus labios. Cuando se dio cuenta se apartó ligeramente.- Desnúdate, le susurró ella, yo ahora vengo. Llevaba ya un rato desnudo cuando pensó en sentarse pero por dos motivos no lo hizo, uno porque sentado y desnudo su aspecto era realmente deplorable porque la grasa de la tripa se le amontonaba y dos, porque uno nunca sabe si entre las lianas de los pelos de su ano podría quedar algo que pudiese manchar. Al entrar de nuevo al salón ella dejó un móvil en la mesa, como si acabase de hablar con alguien. - Tendrás que esperar un poquito más. No entendía que pasaba así que se dirigió a ella andando como un vaquero arqueando las piernas. Al oír que llamaban a la puerta se enderezó de golpe. - ¿Quién es?. Ella se dirigió a la puerta y la abrió sin dudar. Un hombretón fornido entró antes de que pudiese ni tan siquiera acercarse a su ropa. - Así que te querías follar a mi mujer ¿eh?. Y luego se rió. La risa no le encajaba en ese contexto así que intento alcanzar sus pantalones para salir de ahí lo antes posible pero un fuerte empellón le mandó al suelo. - ¿A donde vas? y volvió a reirse. - Me voy, perdón, no sabía que su mujer... . El rostro del hombre se desencajaba y encajaba en constantes muecas hasta que se le acercó y le propinó un golpe en el rostro que le hizo perder la consciencia. Al despertar notó como su cabeza le dolía a horrores. Tenía una brecha parcialmente coagulada debajo del párpado izquierdo lo que le impedía abrirlo con normalidad. Estaba atado en una silla de madera de cara a la mujer y al hombre que cenaban tranquilamente viendo la televisión. Una mordaza le impedía hablar así que giraba el cuello y lanzaba sonidos guturales, pero con esos esfuerzos solo consiguió que la cabeza la doliese más. - ¿Quieres algo de postre cariño?, le dijo la mujer al hombre. -Ya sabes lo que quiero. El hombre se le acercó y se puso de rodillas entre sus muslos, le cogió el pene con la mano y se lo introdujo en su boca. El miedo estaba a punto de reventar de sus ojos como un grano, pero al final reventó su polla dejando un hilo de semen en la boca del hombre. - Te toca, gritó de manera enérgica, mientras se sentaba en el sofá. No la vio venir, pero la mujer se le acercó por detrás. Oyó un ruido seco y a continuación un dolor palpitante en el omóplato. Notó como la sangre resbalaba por su piel hasta precipitarse a una lona de plástico que habían puesto debajo de la silla. Oía también el crujir de los huesos tras cada cuchillada. Después de unos segundos solo era capaz de oír  tendones cortados, la carne siendo atravesada y el sonido metálico de una bragueta que se deslizaba. 

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